lunes, 7 de marzo de 2011

Crítica de Cine: El cisne negro, por Ascanio Cavallo


Natalie Portman ganó el Oscar a la Mejor Actriz por esta película, lo que posiblemente le dará un segundo aire en las pantallas del mundo. A pesar de que estaba archi anunciado, este Oscar es algo paradójico, porque El cisne negro no es ni por lejos la película más adecuada para apreciar las virtudes actorales de Portman, con su montaje "hip-hop", su visualidad fragmentada, sus cambios de perspectiva narrativa y sus confusos propósitos finales. Estas condiciones pueden permitir juzgar a un personaje, pero jamás a una actuación.

La historia es hasta cierto punto simple: la bailarina Nina Sayers (Portman) lucha por obtener el papel principal de la nueva temporada de "El lago de los cisnes", cuyo director, Thomas Leroy (Vincent Cassel) exige que sea capaz de interpretar tanto al frágil y delicado cisne blanco -la princesa Odette- como al torvo y erotizado cisne negro -la princesa Odile. Nina entra en un proceso obsesivo y paranoico para encontrar su propio lado oscuro y asegurar un protagonismo que cree amenazado.

Eso es todo. Simple y nada nuevo. La historia del cine está poblada de artistas autoflagelantes frente al proceso creativo. Lo que complica a El cisne negro es el estilo de Darren Aronofsky, cuya visualidad barroca, recargada, a menudo efectista, agrega direcciones y significados inesperados a sus películas. En uno de sus números recientes, la revista Cahiers du Cinéma se preguntaba si Aronofsky no representaría el cine que se va a imponer en el futuro. Es una pregunta un poco exagerada, porque ese tipo de cine - subjetivista, onírico, acelerado, con efectos digitales y vocación de montaña rusa- existe hace ya tiempo. Pero es posible que este cineasta lo haya llevado a una especie de paroxismo.

En general, Aronofsky se interesa por personajes autodestructivos, a los que toma en algún momento de crisis (también autoinducida), y trata de explorar en sus estados de conciencia, borrando la línea entre lo objetivo y lo subjetivo.

Pero su estilo visual pone el acento en algunos rasgos, de manera selectiva, oscureciendo otros, lo que cambia la manera de entender una historia sencilla. En El luchador, por ejemplo, el énfasis recae sobre el aspecto físico del personaje, con lo que la película se desliza hacia un comentario sobre la decrepitud más que sobre la autodestrucción. En El cisne negro, el énfasis se deposita en la obsesión sexual de Nina, que va desplazando la temática hacia un tipo de crisis que ya no es propiamente la del proceso creativo.

Entonces cabe la pregunta: ¿de qué trata finalmente esta película? ¿Del esfuerzo del artista por apropiarse del personaje, incluso a costa de sí mismo? ¿De una joven obsesiva que quiere liberarse de la vigilancia materna buscando su lado oscuro? ¿O de una muchacha asaltada por una atracción lésbica reprimida? Estrictamente hablando, el estilo inclina a la película hacia esta última significación. Pero la sospecha final es que más bien trata de las obsesiones de Aronofsky.

Y ahora, del Oscar para Portman.

BLACK SWAN
Dirección:
Darren Aronofsky
Con: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey, Winona Ryder. 108 minutos.

Crítica de Teatro: La Amante Fascista, de Victor Carrasco

             
             Aunque somos testigos de una noche de desvarío, podemos suponer que Iris Rojas (Paulina Urrutia) tuvo y tendrá días completos de perturbación mental, antes y después de la fotografía de un momento en su vida que ilustra “La Amante Fascista”. Porque lo que muestra ella no es meramente un estado de euforia, vale decir, un estado de ánimo pasajero. Iris da cuenta de un estado de cosas que ha venido manejando y preservando, cuya evocación al pasado y proyección al futuro forman el cuerpo de la obra.

            Iris ya pasó los treinta y es la esposa de un capitán de ejército al mando de una división en el desierto nortino, quien realiza entrenamientos en Panamá.Está nerviosa. Es inminente la llegada del jerarca castrense, el Sr. Espina, con quien tiene una relación paralela de larga data y su indumentaria para el momento de recibirlo está mojada. Iris, la que asume responsabilidades sociales en la comunidad, debe organizar la acogida al dictador y sufre por su uniforme empapado.¿Se alcanzará a secar para usarla en dicha recepción?

            Así las cosas y en espera a ese reencuentro, la protagonista se prepara, se maquilla, mientras pregona su apología de la situación socio-política del país y de sus estructuras de poder. De sus confesiones se infiere que en su relación con el Sr. Espina está dispuesta a todo tipo de humillaciones –el juego de “La Oficina”, entre otros- con tal de mantener sus privilegios y su posición. El texto de Alejandro Moreno, en el monólogo de Urrutia, se manifiesta sin eufemismos sobre la muerte, la desaparición y la tortura en dictadura.

            Por de pronto, Iris parece ser una persona absolutamente deleznable e infame, pero algo hay que nos hace empatizar con ella y creer que no es una personaje/caricatura enteramente gris.

Iris es metáfora de pobreza, miedo, desilusión, acomodo, mentiras, traiciones y bajezas, pero también de disparate, insolencia, política incorrecta, aventura y todo ello despide brutal humanidad. En su grandiosa tontería, la vulgaridad y las exageraciones alternan con un humor corrosivo, fuegos de artificio lingüístico y una espantosa tristeza. Suena perogrullada: hay que aceptar que el agua y el aceite son cosas distintas y que pueden convivir en una misma persona. La evidencia es que Iris tiene más de una máscara, más de un nombre.

Al margen de apuntar al contexto de la dictadura militar reciente en Chile (un tema un tanto cansado), “La Amante…” puede recordarnos cualquiera de esos períodos candentes en cualquier latitud y en cualquier época, en los cuales sus ciudadanos se acomodan. Se acomodan porque hay que sobrevivir, cosa que vista desde la posteridad resulta siempre un espectáculo de mal gusto. La protagonista asume que eso es lo que corresponde hacer, que ese es su rol. Por eso la sonrisa embarazosa y la humillación.

Claro que cumplir ese rol tiene sus costos.

En aquella tarea de traicionarse día tras día, alguna tuerca se suelta esa noche que se desentierran los demonios del subconsciente de Iris, la enfrentan y le demuestran que se asemejan a ella. Duro es darse cuenta que la amante del dictador es al mismo tiempo una combatiente contra el régimen. Es parte de las culpas que ha tratado de escamotear y que la llevan implacablemente a la enajenación.

            Por de pronto, pareciera que a Iris le viene bien ese estado de demencia para sacarle el bulto al horror que está sintiendo. Sin embargo, los disparates que salen de su boca sólo son graciosos en el curso de su alocución. Sabemos que no le reportan beneficio y, por el contrario, le ocasionan toda clase de desgracias.

.Deshilachada; episódica más que encadenada, “La Amante…” induce al espectador, actuación de primer nivel mediante, al viaje desde el germen de una perturbación –con su ascenso-, hasta el definitivo extravío. Cada estación del recorrido se condimenta con filmaciones proyectadas que ilustran un clima desértico e grafican la condición de abandono de la protagonista.

En algunos pasajes, Alejandro Moreno y Víctor Carrasco (director) incluyen materiales que no ayudan a la coherencia y unidad en el fondo de lo disperso. Entre éstos contamos el prólogo inicial (que pudo ir al final o simplemente sobra), el rol del hijo homosexual de  Iris (Juan Pablo Rahal) y el final falso.

Con todo, se trata de una propuesta categórica, teatro de texto como piedra angular –escritura seleccionada en la Muestra de Dramaturgia Nacional- con un sujeto central denso, cuyo mensaje resuena hoy, permitiéndonos comprender y analizar con distancia a esos seres que en algún minuto clasificamos como enemigos de guerra. Nos permite entender que el teatro y desde luego su dramaturgia, como cualquier otro arte, no existe sólo para convencernos de su verdad, sino para revelar de qué están hechas las mentiras suyas y del resto. Eso es algo que le confiere mucho poder a “La Amante Fascista”.

Ficha:
Autor: Alejandro Moreno.
Dirección: Víctor Carrasco
Asistente de Dirección: Andrés Reyes
Elenco: Paulina Urrutia, Juan Pablo Rahal y Horacio Valdés
Dirección de Arte: Fernando Briones
Diseño Iluminación: Fernando Briones
Vestuario: Loreto Martínez
Imágenes Audiovisuales: Rodrigo Susarte
Realización Escenográfica: Ingrid Hernández
Música: Álvaro Solar
Producción: Pablo Llanos
Fotografías y video: Felipe Gordon.