sábado, 25 de diciembre de 2010

Crítica de Cine: Post Mortem, de Pablo Larraín


            Mario Cornejo (Alfredo Castro) es el funcionario de la morgue que transcribe las autopsias forenses del doctor Castillo (Jaime Vadell) y de su asistente Sandra (Amparo Noguera). Mario se enamora obsesivamente de Nancy Puelma (Antonia Zegers), su vecina bailarina, quien tiene vínculos con grupos comunistas. El Mario de los 70 es sombrío, taciturno, sin atributos, se comunica dificultosamente. En breve: un personaje extremo -un extraterrestre, como lo describe René Naranjo- con el que cuesta empatizar de principio a fin.

           Pero vaya, en los días que corren, previos y posteriores al golpe de Estado, sucedieron situaciones extremas y, por tanto, no son precisamente los más propicios para sonreír de buena gana. Mario se muestra en este estado de miseria cuando que se atreve a conquistar a Nancy, la vecina que baila en Bim Bam Bum. La escena muestra un plano secuencia donde Cornejo tiene la osadía -sin que nadie se lo objete- de ingresar a los camarines del teatro. Es el primer quiebre de la película y da para ilusionarse con un giro en la vida del protagonista. Lo que no sabe es que los efectos de este encuentro lo dejarán aún más huérfano de lo que era.
         
          El conflicto central, con un Mario prendado por Nancy, se encarga de elaborar un retrato más justo del protagonista. Mario no es un personaje enteramente gris. Tiene la capacidad para sacrificar su humilde auto a cambio del regreso de Nancy al trabajo del cual había sido despedida; es capaz de “gestos humanitarios post-golpe (como lo apunta el crítico Pablo Marín) y aún es capaz de pedir pololeo. No obstante, y con horror lo decimos, es capaz de lo que sea.
         En el centro dramático del metraje, Larraín arroja un golpe de virtuosismo: tal como El Secreto de sus Ojos de Juan José Campanella será recordado en buena parte por el plano secuencia en el estadio de Racing, Post Mortem será identificada en futuros recuentos del cine chileno por el episodio de la autopsia de Salvador Allende.
       
         “Post Mortem es una obra bien actuada y bien filmada. Arriesgadamente filmada. Larraín apuesta en casi un 100% del filme por escenas de mínima cinética y máxima intensidad dramática (al costo de tropezar con la inverosimilitud y el absurdo en ciertos pasajes). Para ello, recurre a un montaje sintético, al desarrollo de historias sonoras fuera de campo (Cornejo se ducha mientras se escucha una embestida militar) y a posiciones de cámara obstruidas. También apela al uso de un montaje invertido -recurso flash forward- y, de paso, instala misterio.
       
        El tercer largometraje de Pablo Larraín (Fuga, Tony Manero) es una película de personaje coherente y es un drama agrio. No ingresa en la épica política de aquellos días y, sin embargo, la política corre por detrás del relato central. Transita nada menos que el terror de una dictadura en ciernes, que llega a cancelar toda forma de justicia y a instalar la sensación de impunidad y olvido: dos elementos plasmados en la resolución del conflicto (un plano fijo de casi siete minutos).
        En base a la vida de Mario Cornejo se construye poéticamente el estado del Chile de los setenta y la tesis del filme: un país miserable, disociado y enfermo, antes, durante y después del golpe militar.

POST MORTEM
Dirección: Pablo Larraín.
Con: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Amparo Noguera, Jaime Vadell, Marcial Tagle. 96 minutos.