domingo, 25 de diciembre de 2011

Crítica de Cine: Poesía, de Lee Chang-dong


Mija (Yun Jeong-hie) tiene 66 años y vive con su nieto en una provincia de Surcorea. Trabaja cuidando a un hemipléjico y recibe una pensión del gobierno. Le gustan las flores y, según confiesa, hablar cosas raras. Por eso se inscribe en un curso de poesía, aunque le cuesta escribir y encontrar la inspiración. Además, está empezando a olvidar algunas palabras, producto de un incipiente alzheimer que acaban de diagnosticarle. Mija viste bien, es encantadora y cuenta que en el pasado rompió muchos corazones.

Mija empieza a asistir a clases y el profesor (Kim Yong-taek) le dice que amar la poesía consiste en descubrir la belleza verdadera en todo lo que vemos ante nosotros. Y que, por ejemplo, la inspiración llega al “conversar” con la manzana, al sentirla, escucharla, morderla; incluso en el desagüe del lavavajillas pueden develarse maravillas. Pero la intimidad de la protagonista no está hecha de manzanas, árboles y cosas simples. El mundo, para ella, está por volverse demasiado extraño.

Su nieto Joon-wook (Lee Da-wit), junto a otros amigos de escuela, están involucrados en el suicidio de una compañera. Los padres de éstos deciden proponerle a la madre (Park Myeong-shin) de ella un arreglo económico para que no denuncie el crimen y cuidarse, al mismo tiempo, de que la prensa no lo investigue. Mientras los encargados del colegio aprueban la idea, Mija la recibe con un silencioso desconcierto. No sabe como conseguirá la parte del dinero que le corresponde entregar.

El relato de Poesía corre con la delicadeza de los buenos modales y la ambigüedad de los acuerdos por conveniencia. Avanza con el encuadre preciso y la palabra precisa, sosteniendo la idea de que los mayores ya no conocen a sus hijos y nietos. Que un abismo cultural los separó de una generación que disolvió el pasado, sus costumbres y valores. La generación que adquirió autonomía y relativiza la muerte, el sexo, el pudor. Y a la cual poco le interesan las vidas de viejos con recuerdos de viejos.

El punto de vista de la dirección se compromete con la perplejidad de la protagonista, quien, en medio de ella y casi sin percatarse, llega a la escritura para sobreponerse al sufrimiento, asimilar la marcha demoledora del tiempo y proteger la memoria. La capacidad de evocación de esta obra está contenida en buena parte de su espléndido guión, galardonado con la Palma de Oro en la penúltima edición del Festival de Cannes.

Una película que se titula Poesía bien puede inducir a imaginar contenidos cifrados o tinglados metafóricos. Afortunadamente, la cinta no se hunde en charcos intelectuales. Porque su tema no es la pedagogía literaria. Su tema es la pedagogía del dolor. Explorar en ese aprendizaje siempre es un desafío que sólo logra superar la seguridad de los grandes cineastas. Y Lee Chang-dong es uno de ellos.

SHI
Dirección y guión:
Lee Chang-dong Con: Yun Jeong-hie, Kim Yong-taek, Lee Da-wit, Park Myeong-shin, Hira Kim. 139 minutos.

sábado, 15 de octubre de 2011

Imágenes de muerte: Raúl Ruiz en Hollywood


¿Raúl Ruiz en Hollywood? Sí, así es. En 1998. Ruiz fue capaz de cruzar la frontera. Se dio ese lujo. Fue capaz de ir y volver. Fue capaz de ceder ante las estandarizaciones de la industria, pero sin abjurar de los principios básicos de su filmografía. Y fue capaz de no atrincherarse en el lado de las vanguardias, desde cuya marginalidad bien podría haberse vanagloriado. Iluminador resulta, entonces, saber que las contradicciones contenidas en sus películas también fueron parte su vida. Una carrera tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde, como reconoció en una de sus últimas entrevistas.

Imágenes de muerte fue el trabajo a que unió a Ruiz con la factoría estadounidense. En colaboración con el productor Barbet Schroeder y el guionista Duane Poole, el cineasta nacido en Puerto Montt refuerza aquí sus premisas autorales: la tensión entre realidad e ilusión, entre verdad y simulacro, tanto cinematográfica como representacional. En el papel, esta cinta se inscribe en el género del thriller psicológico, pero tiene argumento de melodrama. Raro. También es raro que estas coordenadas den para perderse: buena parte del suspenso proyectado no responde a ninguna lógica de causalidad.

Jessie (Anne Parillaud) trabaja asesinando hombres por encargo. Laura (Lissane Falk) le paga para liquidar a Brian (William Baldwin), su ex marido, con quien Jessie comienza a tener un romance. Mientras tanto, otra Jessie – ¿otra? ¿La buena? – acaba de casarse con Brian y juntos han viajado a Jamaica para pasar su luna de miel. En el hotel donde llegan a hospedarse los recibe Paula Quinn -¿o Laura Quinn?-, personaje encarnado también por Lissane Falk. Dicho esto, y para no aumentar la magnitud del enredo, mejor no seguir.

No es descaminado pensar que Imágenes… le dejó a Ruiz un sabor amargo. Al director de Tres tristes tigres le gustaba equilibrar trozos de pastel con trozos de vida y el resultado en esta pasada dejó a los primeros asfixiando a los segundos. En efecto, debió dotar a su montaje de demasiada espectacularidad, aceptando además la depravación actual del cine americano contemporáneo que el mismo denunciaba: la inadecuación entre el tiempo de la historia y el tiempo cinematográfico.

En contrapartida, sí pudo establecer ese habitual aproximación a lo irracionalizable, a la conciencia disociada y a la complejidad del mundo fenoménico. A ese tejido incoherente y reversible de eventos, azares, acciones e interacciones, que Ruiz a lo largo de su obra escenificaba sin hacer gala de una erudición que, desde luego, poseía. En cambio, prefería desplegar sentido del humor. Tomar distancia de cualquier forma de verosimilitud dramática.

Pueden ser dos filmes, cada cual con una secuencialidad independiente, pero bajo una misma nominación. O bien, sólo un filme de tramas paralelas que alternan, convergen y se afectan. Ruiz nunca deja en claro quién sueña y quién permanece en vigilia. Si es que no son ambas quienes sueñan o ambas quienes están en vigilia. Cuando hacia el final, Imágenes… se inclina a responder dichas preguntas, los planos de cierre, con dos Jessies reflejándose a través de un espejo, acentúan la perplejidad y aniquilan la complacencia.

Luego de lo que se pretendió explicar, ¿queda un poco más legible el panorama? De no ser así, más de una razón hay para justificar estos eventuales palos de ciego. Porque resulta una pérdida de tiempo atar los cabos para entender lógicamente el puzzle. Porque a ratos nuestras capacidades perceptivas soslayan aparentes trivialidades. Porque su cine es paquidérmico en términos de interpretaciones y lecturas. Porque es casi una imprudencia reducir siquiera una cinta suya a siete párrafos.

SHATTERED IMAGE (1998) Dirección: Raúl Ruiz Con: William Baldwin, Anne Parillaud, Lisanne Falk, Graham Greene. 103 min.

sábado, 8 de octubre de 2011

Comentario de TV: La doña



La estética recargada y grandilocuente de “La doña”, nueva teleserie nocturna de Chilevisión, merece algún aprecio y al final un gran castigo. Cuando ella se traduce en potenciar la dirección de arte, cuyo presupuesto llegó a niveles más que generosos, la propuesta gana en carácter y estilo. En cambio, cuando invade la narración en su totalidad, la experiencia se vuelve ingrata.

Ciertamente, cualquier melodrama tiene licencia para la exageración. Sin embargo, el hecho de que en esta producción esté llevada al paroxismo –en el guión, en las actuaciones, en el perfil de los personajes, en la resolución de las escenas- solamente confirma que la señal de Turner hace un buen rato optó por la “tropicalización” de su área dramática, a la cual el director Vicente Sabatini llegó para adaptarse.

Así las cosas, más que profundizar en temas de sus anteriores trabajos, el interés visible del ex realizador de TVN consiste en generar climas. Desde sus primeras secuencias, “La doña” golpea con atmósferas de sordidez, de odiosidad y, sobre todo, de lascivia. Si en un principio esas libertades del horario fueron sinónimo de riesgo, hoy parecen una opción conservadora que sólo alimenta el morbo. En eso Chilevisión ha estado volando alto últimamente y, por tanto, no sorprende su liderazgo a la hora de destinar a sus audiencias lo que quieren ver.

Como nueva reconstrucción empática del Chile colonial y de la figura de Catalina de los Ríos, puede ser valiosa. Como escenario del regreso de la dupla Sabatini-Di Girólamo, puede resultar interesante. Pero como teleserie, “La doña” no se salva: el resultado es de regular a malo.


LA DOÑA (Chilevisión) Dirección: Vicente Sabatini Jefe de libretos: Carlos Galofré Con: Claudia di Girólamo, Juan Falcón, Alfredo Castro, Rodrigo Pérez, Luz Jiménez, Ricardo Fernández, Cristián Carvajal, Alejandro Goic, Sofía García Lunes a Jueves 22:30 hrs

viernes, 2 de septiembre de 2011

Crítica de Cine: Meek's cutoff, de Kelly Reichardt


Termina la proyección de Meek’s cutoff, la última película de la norteamericana Kelly Reichardt, y uno sale de la sala con una sensación que bien describió el año 90 Héctor Soto, cuando señalaba, en su crítica de Danza con lobos,  que “el cine del Oeste, en un error histórico de proporciones, fue enterrado antes de tiempo”. Buena parte de esa impresión provocada por la cinta de Kevin Costner revivió dos años después con el estreno de Los imperdonables de Clint Eastwood y recientemente con Temple de acero de los hermanos Coen.

Meek's cutoff podría considerarse una rareza por el que coraje que se necesita en estos tiempos para rodar un western. Pero también porque, descontado que sus imágenes rescatan la majestuosidad del paisaje, el empuje individual o una cierta ambigüedad moral, está lejos de ser un acto de genuflexión al género. Más bien lo enriquece bajo una premisa propia. Tiende a celebrar la vacilación más que el arrojo, la piedad más que la crueldad, la rudeza femenina tanto o más que la viril.

En lo básico, la película cuenta la historia de un viaje y luego gira hacia una búsqueda de sobrevivencia. Estrenada el 2010 en el Festival de Venecia y hace una semana en Sanfic 7, tiene como punto de partida un caluroso día de 1845, cuando tres familias pioneras contratan al montañés Stephen Meek (Bruce Greenwood) para que los conduzca por el desierto de Oregon, junto a unas pocas cabezas de ganado, hacia los terrenos vírgenes que transformarán en su hogar.

Esta es la cinta de Reichardt con mayor presupuesto, pero su obsesión no es la megalomanía. Tal como en Old joy y Wendy & Lucy, sus temas refieren a la tensión del individuo con su entorno, al nexo entre bondad y fatalidad que genera cuestionamientos acerca del mundo y las personas que habitan en él. ¿Quiénes pueden estar detrás de desdichas tan concretas? ¿Quién es y quién fue el guía Stephen Meek? ¿Es un ignorante de la ruta que asegura conocer o algo peor? ¿Quién es y fue el indio cayuse (Rod Rondeaux) en el cual los colonizadores terminan confiando? ¿Por qué se comporta así? ¿Por qué sonríe cuando no debe?

Por cierto, Meek’s cutoff no responde esas interrogantes. Al contrario. Acentúa la perplejidad con la fijación visual, la duración del plano, el montaje tonal de escasas incidencias. Es un modelo de incertidumbre narrativa -tanto diegética como extradiegética-, donde los hechos compiten con las especulaciones, donde sus personajes transitan desde el candor hacia el recelo, mientras la realidad se vuelve aplastante en términos de frustraciones.

Por todo lo mucho que puede decirse del largometraje, valgan algunas conclusiones: Reichardt tributa al realismo con un tratamiento espléndido de los recursos expresivos. Conserva los mismos niveles de grandeza y modestia, de serenidad y nervio, de libertad y aplicación de sus anteriores trabajos. Sigue las coordenadas de ese mundo personal y reconocible que otra vez hace renovar la admiración por su cine.

MEEK’S CUTOFF
Dirección:
Kelly Reichardt Con: Michelle Williams, Bruce Greenwood, Shirley Henderson, Will Patton, Neal Huff, Zoe Kazan, Paul Dano, Rod Rondeaux 104 min.

lunes, 29 de agosto de 2011

Crítica de Teatro: Erich von Stroheim



Una mujer graba videos pornográficos (Carolina Jullian), un gigoló se jacta de sus disfraces (Cristián Carvajal) y un muchacho, apodado "el soldadito", (Guillermo Ugalde) se está iniciando sexualmente. En mayor o menor medida, estos tres personajes (Ella, El Uno, El Otro) personifican el rol de Erich Von Stroheim, figura real aludida en el título de este semimontaje presentado en el pasado Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea.

Actor y director de cine judío-austriaco, Von Stroheim abandonó sus estudios en la Academia Militar de Viena en 1909 para irse a Hollywood, donde se nacionalizó. En 1922, fue despedido del estudio donde trabajaba tras escribir, dirigir y protagonizar Esposas frívolas, una historia sexual que ocurría en Montecarlo.

En consecuencia, el dramaturgo francés Christophe Pellet  toma como punto de partida a dicho artista para hablar de
 una condición humana agónica, descentrada y carente de afectos.  Esta posición filosófica se deja ver en una obra donde la densidad de la palabra predomina por sobre el argumento. 

Con el objetivo evadir los sinsabores del entorno y huir de sí mismos, el trío protagónico se somete al deleite físico y a la sobreactividad. Sin embargo, termina consiguiendo lo contrario: despertar una vocación tanática de naturaleza destructiva y mortífera. Y  si acaso buscaba la felicidad, elige un camino erróneo y obtiene sólo el espejismo de ella, su imagen proyectada sobre una pantalla o reproducida en un computador.

Puestas así las cosas, sus juegos vuelven banal y convencional la experiencia del sexo. Por eso aquí no se muestra siquiera una gota de erotismo, concepto hallado en las antípodas de la rijosidad extrema exhibida por estos seres limítrofes, quienes se mueven en una cuerda tensa de disociación e inspiran grados proporcionados de compasión y desprecio. Esta circunstancia está acentuada por una musica incidental distintiva del cine negro.

Desde el punto de vista narrativo, la modalidad que rompe la unidad espacio temporal -zonas son aisladas por la iluminación para escenas independientes- se plantea coherente a la conciencia desgarrada del trío. Por su lado, el dispositivo escénico ordenado y perfecto no hace sino subrayar, por contraste, el encubrimiento de la intimidad de los personajes. No hay en esto último pretensiones de realismo sicológico, más allá de que El Uno recuerda un episodio traumático sufrido cuando niño .

Las ideas de Erich von Stroheim resuenan en una sociedad que concibe al cuerpo como vía de escape y de liberación del dolor. Durante la casi hora y media de representación, el ajetreo de los actores en escena, de una cosa a la otra, de una nada a la siguiente, construye una triste coreografía de la elusión. Propuesta escrupulosa, llena de contenidos, alegorizando un antimodelo social y, quizás por ello, nunca de fácil asimilación.

ERICH VON STROHEIM
Dirección: Rodrigo Pérez Dramaturgia: Christophe Pellet Con: Cristián Carvajal, Carolina Andrea Jullian, Guillermo Ugalde Diseño Integral: Catalina Devia Producción: Teatro La Provincia

jueves, 4 de agosto de 2011

Comentario de TV: Peleles



En principio son cuatro: Patricio Carmona (Daniel Alcaíno), Fabián Pizarro (Néstor Cantillana), Alberto Jara (Claudio Arredondo) e Ignacio Varas (Mario Horton). Pronto se les suman Felipe Tagle (Cristián Campos) y el hijo de Jara (Martín Castillo). La fórmula recuerda a Machos (2003), pero sólo en lo que dice relación con un grupo de hombres con distintas personalidades. En Peleles, la primera teleserie nocturna de Canal 13, no vemos a hermanos galanes ni tampoco casas con vista al mar.

A dos semanas de su estreno (promedio de 16 puntos de sintonía), la realización retrata al arquetipo social “chileno medio” y, en ese sentido, el casting resulta un éxito. Poco importa la rapidez del proceso (sólo en Jara se vislumbra una encrucijada moral), cuando tras un mes de haber sido despedidos de la empresa en que trabajaban, e impelidos por las deudas, deciden unirse y convertirse en una banda de delincuentes.

Dirigida por León Errázuriz (Huaquimán y Tolosa) junto a Roberto Rebolledo (Feroz), Peleles se desliza por la pendiente de la comedia agridulce, alcanzando sus mayores resonancias en temas serios: líos familiares, penurias económicas, cesantía. Tanto el guión de Rodrigo Cuevas (Los 80) como la puesta en escena son ágiles y sirven sobre todo al edificio actoral cuando evidencian las torpezas del equipo antes, durante y después de los atracos. Pero es lógico: disminuye su efectividad cuando se entrega al rancio melodrama romántico.

Un “pelele” es definido básicamente como una persona simple e inútil. Sin embargo, esperemos que no se queden ahí. El riesgo de la apuesta nocturna se va a medir no tanto en el arrebato y ansiedad de demostrar que hay una nueva línea editorial o un sello más pop. Se va a evaluar en cuanto alcance, en la medida de lo posible y graduando las exigencias de la televisión, ciertos niveles de complejidad en el relato y en los personajes. Si no lo logra, al menos quedará instalada en el ancho terreno de lo reguleque.

PELELES (Canal 13)

Dirección: León Errázuriz y Roberto Rebolledo Con: Claudio Arredondo, Daniel Alcaíno, Mario Horton, Néstor Cantillana, Cristián Campos, Carolina Arregui, Mariana Loyola, Blanca Lewin, María José Bello, Adriano Castillo, Martín Castillo Horario: Lunes a Jueves 22:25 hrs.

domingo, 31 de julio de 2011

Comentario de TV: Los archivos del cardenal


La gran virtud de Los Archivos del Cardenal es situarse por encima de elementos que podrían haber desviado la atención. Por un lado, la temática está un tanto cansada y el discurso que predomina al respecto es, convengamos, políticamente correcto. Por el otro, el cliché de “rescatar la memoria histórica” podría haberla proyectado como una obra especiosamente significativa. Sin embargo, esta producción triunfa en el debate sustancioso: ¿es una buena serie de ficción? Sí, lo es. ¿Despegará como realización mayor? Sólo los próximos capítulos lo dirán.

En los hechos, la serie está fechada a finales de los setenta y principios de los ochenta. Se inscribe en el género del thriller político y se plantea principalmente desde dos puntos de vista: los de Ramón Sarmiento (Benjamín Vicuña) y Laura Pedregal (la extraordinaria Daniela Ramírez). Él es abogado de familia conservadora y ella trabaja junto a su padre (Alejandro Trejo) como asistente social en la Vicaría de la Solidaridad, investigando casos de violaciones a los derechos humanos. La convergencia entre ambos dará paso a un nudo dramático amoroso y hará evolucionar sus roles.

Dirigido por Nicolás Acuña y escrito por Josefina Fernández, el proyecto está inspirado en casos reales de dicha vicaría, organismo de la Iglesia Católica creado en 1976 para denunciar los abusos del régimen y ayudar a las víctimas. El rescate de la épica de esa colectividad en el contexto socio-político que corre por encima del relato, que llega a cancelar toda forma de justicia y a instalar la sensación de impunidad, corresponde al terreno donde esta propuesta construye su verdadero altar.

El capítulo estreno de Los Archivos… debutó el jueves pasado con 20 puntos de rating y se centró en los restos de 15 personas incineradas a fines de 1973 en Lonquén. Curioso es constatar que su momento más alto no estuvo en los golpes de nervio que, desde luego, caracterizan a un thriller, sino en la sentida conversación entre el cabo de Carabineros Catrileo y Sarmiento, cuando el primero confiesa que, obedeciendo órdenes superiores, asesinó a un amigo de la adolescencia de ambos. Fue la mejor escena y el mejor diálogo.

La propuesta de ficción de TVN –cuatro años de investigación, cinco meses de rodaje- está elaborada desde un prisma de nuestra historia y, en consecuencia, reclamar un tratamiento riguroso es pedir demasiado. Tampoco es sensato exigir un gran debate que ni siquiera abrieron películas como Machuca, Isla Dawson o Post Mortem. Y además no olvidemos que el cine- o la televisión, en este caso- y la historia trabajan con materiales diferentes

Los Archivos… es una propuesta convincente, recia, seria y hecha en serio. Quizás no tenga tanta novedad. Quizás no pase a la historia (tampoco tiene que ser una meta). Aún así, es mucho más de lo que tiene la mayoría de las producciones de la tv abierta de hoy.

LOS ARCHIVOS DEL CARDENAL (TVN)
Dirección: Nicolás Acuña Con: Benjamín Vicuña, Daniela Ramírez, Alejandro Trejo, Francisco Melo, Néstor Cantillana, Paly García, Iván Álvarez Horario: Jueves 22:50 hrs.

sábado, 30 de julio de 2011

Crítica de Cine: Prueba de amor, por Ascanio Cavallo

Tres personajes devastados: este es el principio operativo de esta película. A los dos minutos y medio, el joven de 18 años Bennett Brewer (Aaron Johnson) muere en un brutal accidente carretero, horas después de tener su primera experiencia sexual. Aquí comienza la travesía sin fondo de los tres protagonistas: el padre, Allen (Pierce Brosnan), que intenta mantener su integridad evitando hablar del hijo muerto; la madre, Grace (Susan Sarandon), que se empeña obsesivamente en saber qué pasó en los últimos 17 minutos de agonía de Bennett, y el hermano menor, Ryan (Johnny Simmons), que finge culpar a su hermano pero en verdad se culpa a sí mismo de haber estado drogado.

Los tres se hunden en un pozo de remordimientos inexpresables, y se puede imaginar que podrían permanecer así por mucho tiempo, atrapados por la incapacidad de comprender lo que pasó. Pero a los 13 minutos aparece Rose (Carey Mulligan), la novia de Bennett, también de 18, que ha quedado embarazada de ese único encuentro y que no tiene familia ni lugar donde vivir.

Ella es el motor dramático de la historia. La familia quebrada exhibe sus grietas ante Rose. El padre la acoge sin aceptar que se hable de Bennett; la madre no la quiere ni desea que nazca el hijo que espera; el hermano menor la mira con cierta indiferencia. Cada uno está alienado en su propio universo, haciendo lo que su perturbado instinto le indica para tratar de salir del pozo.

La directora Shana Feste filma de una manera limpia y funcional. Su cámara está siempre a cierta distancia de los personajes, buscando la manera de exponer el desquiciamiento de sus acciones sin juzgarlos. Más que desentrañar su psiquis, muestra el efecto del dolor. Más que medir su integridad, pone en pantalla la disolución de sus certezas.

Es posible que no haya muchas maneras de filmar el dolor, y un dolor de esta clase quizás esté en el borde de lo infilmable. Una de esas maneras es dar tiempo a los personajes, dejar que ellos emerjan desde los actores como no lo harían en otra situación. Shana Feste les otorga planos inusualmente largos para que creen el dolor (como ocurría, por ejemplo, en la memorable En el dormitorio, con la inmensa actuación de Tom Wilkinson) y se puede debatir si Brosnan y Sarandon salen totalmente airosos del desafío. Pero es claro que tienen momentos que otras películas no les han brindado.

Prueba de amor -un título casi tan malo como el original- no es la mejor cinta que se haya rodado sobre la pérdida de un hijo. Lucha, dentro de su convencionalismo -flashbacks innecesarios, música manipulatoria, desenlace- por transmitir algo muy difícil. Y el respeto con que lo intenta es un valor en sí mismo.

The Greatest

Dirección: Shana Feste. Con: Pierce Brosnan, Susan Sarandon, Johnny Simmons, Carey Mulligan, Aaron Johnson. 100 minutos.

sábado, 2 de abril de 2011

Crítica de Cine: El Concierto, por A. Cavallo


Factura cosmopolita para una película sobre un grupo de paletos. El director, Radu Mihaileanu, es rumano; los autores de la historia son un chileno, Héctor Cabello Reyes, y un francés, Thierry Degrandi; y la producción es francesa, italiana, belga y rusa, con alguna participación rumana.

El centro de la historia es Andrei Filipov (Alexei Guskov), un ex director de la orquesta del Bolshoi de Moscú que perdió su cargo 30 años atrás, bajo el régimen de Brezhnev, por negarse a echar a los músicos judíos. La purga le impidió a Filipov llegar a ejecutar su pieza más preciada, el "Concierto para violín" de Tchaikovski. 

Y ahora, trabajando como aseador en el teatro, Filipov intercepta un mensaje en la oficina del director: una invitación del Teatro del Châtelet, en París, para ejecutar un concierto. Enfervorizado por esta oportunidad única, el ex director decide sustituir a la orquesta oficial por una propia, que integrará con muchos de los músicos despedidos durante la era soviética. El productor tendrá que ser Ivan Gabrilov (Valeri Barinov), el mismo estalinista que lo echó de su puesto 30 años atrás.

La historia se complica con la decisión de Filipov de que la solista de violín sea Anne-Marie Jacquet (Mélanie Laurent), una joven estrella sobre la cual conoce un secreto tremendo. Esta subtrama es dramática, y contrasta y compite con la otra, que sigue las reglas de la farsa. En esta subtrama los personajes tienen densidad psicológica, mientras que en la otra se trata de arquetipos. Pero esta subtrama es también más sentimental y por sobre todo le permite a Mihaileanu incrustar su tema más personal, que es el de las infancias y las identidades perdidas, como en Ser digno de ser.

Y sin embargo, el fuerte de El concierto está en el otro lado, en la farsa, en los rusos que se emborrachan, los judíos que intentan vender caviar, los músicos tocando en el Metro, la nostalgia de Gravrilov por los tiempos del estalinismo, la mujer de Filipov arrendando gente para actos políticos, los gitanos fabricando pasaportes en Sheremetievo, el mitin minúsculo de los comunistas franceses; en fin, todo aquello que va orquestado el retrato sardónico de un sistema político desmoronado que no ha sido sustituido más que por la perplejidad de sus sobrevivientes.

Hay un tipo de intelectualidad que tiende a despreciar este tipo de farsa. Sin embargo, ella ha construido algunos de los mejores retratos sociohistóricos de países como España e Italia, ambos saliendo del estado de desolación en que los dejaron sus respectivas guerras. Y le ha servido en estos años al cine de Europa del Este para entender lo que pasó con sus sociedades -recuérdese Goodbye Lenin, con la cual El concierto comparte tono y tipo de humor- una vez que las certezas de todo un siglo se fueron al suelo. Es difícil imaginar una función más noble.

Le concert Dirección: Radu Mihaileanu. Con: Alexei Guskov, Dimiti Nazarov, Mélanie Laurent, Miou-Miou, Valeri Barinov. 119 minutos.
 

lunes, 7 de marzo de 2011

Crítica de Cine: El cisne negro, por Ascanio Cavallo


Natalie Portman ganó el Oscar a la Mejor Actriz por esta película, lo que posiblemente le dará un segundo aire en las pantallas del mundo. A pesar de que estaba archi anunciado, este Oscar es algo paradójico, porque El cisne negro no es ni por lejos la película más adecuada para apreciar las virtudes actorales de Portman, con su montaje "hip-hop", su visualidad fragmentada, sus cambios de perspectiva narrativa y sus confusos propósitos finales. Estas condiciones pueden permitir juzgar a un personaje, pero jamás a una actuación.

La historia es hasta cierto punto simple: la bailarina Nina Sayers (Portman) lucha por obtener el papel principal de la nueva temporada de "El lago de los cisnes", cuyo director, Thomas Leroy (Vincent Cassel) exige que sea capaz de interpretar tanto al frágil y delicado cisne blanco -la princesa Odette- como al torvo y erotizado cisne negro -la princesa Odile. Nina entra en un proceso obsesivo y paranoico para encontrar su propio lado oscuro y asegurar un protagonismo que cree amenazado.

Eso es todo. Simple y nada nuevo. La historia del cine está poblada de artistas autoflagelantes frente al proceso creativo. Lo que complica a El cisne negro es el estilo de Darren Aronofsky, cuya visualidad barroca, recargada, a menudo efectista, agrega direcciones y significados inesperados a sus películas. En uno de sus números recientes, la revista Cahiers du Cinéma se preguntaba si Aronofsky no representaría el cine que se va a imponer en el futuro. Es una pregunta un poco exagerada, porque ese tipo de cine - subjetivista, onírico, acelerado, con efectos digitales y vocación de montaña rusa- existe hace ya tiempo. Pero es posible que este cineasta lo haya llevado a una especie de paroxismo.

En general, Aronofsky se interesa por personajes autodestructivos, a los que toma en algún momento de crisis (también autoinducida), y trata de explorar en sus estados de conciencia, borrando la línea entre lo objetivo y lo subjetivo.

Pero su estilo visual pone el acento en algunos rasgos, de manera selectiva, oscureciendo otros, lo que cambia la manera de entender una historia sencilla. En El luchador, por ejemplo, el énfasis recae sobre el aspecto físico del personaje, con lo que la película se desliza hacia un comentario sobre la decrepitud más que sobre la autodestrucción. En El cisne negro, el énfasis se deposita en la obsesión sexual de Nina, que va desplazando la temática hacia un tipo de crisis que ya no es propiamente la del proceso creativo.

Entonces cabe la pregunta: ¿de qué trata finalmente esta película? ¿Del esfuerzo del artista por apropiarse del personaje, incluso a costa de sí mismo? ¿De una joven obsesiva que quiere liberarse de la vigilancia materna buscando su lado oscuro? ¿O de una muchacha asaltada por una atracción lésbica reprimida? Estrictamente hablando, el estilo inclina a la película hacia esta última significación. Pero la sospecha final es que más bien trata de las obsesiones de Aronofsky.

Y ahora, del Oscar para Portman.

BLACK SWAN
Dirección:
Darren Aronofsky
Con: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey, Winona Ryder. 108 minutos.

Crítica de Teatro: La Amante Fascista, de Victor Carrasco

             
             Aunque somos testigos de una noche de desvarío, podemos suponer que Iris Rojas (Paulina Urrutia) tuvo y tendrá días completos de perturbación mental, antes y después de la fotografía de un momento en su vida que ilustra “La Amante Fascista”. Porque lo que muestra ella no es meramente un estado de euforia, vale decir, un estado de ánimo pasajero. Iris da cuenta de un estado de cosas que ha venido manejando y preservando, cuya evocación al pasado y proyección al futuro forman el cuerpo de la obra.

            Iris ya pasó los treinta y es la esposa de un capitán de ejército al mando de una división en el desierto nortino, quien realiza entrenamientos en Panamá.Está nerviosa. Es inminente la llegada del jerarca castrense, el Sr. Espina, con quien tiene una relación paralela de larga data y su indumentaria para el momento de recibirlo está mojada. Iris, la que asume responsabilidades sociales en la comunidad, debe organizar la acogida al dictador y sufre por su uniforme empapado.¿Se alcanzará a secar para usarla en dicha recepción?

            Así las cosas y en espera a ese reencuentro, la protagonista se prepara, se maquilla, mientras pregona su apología de la situación socio-política del país y de sus estructuras de poder. De sus confesiones se infiere que en su relación con el Sr. Espina está dispuesta a todo tipo de humillaciones –el juego de “La Oficina”, entre otros- con tal de mantener sus privilegios y su posición. El texto de Alejandro Moreno, en el monólogo de Urrutia, se manifiesta sin eufemismos sobre la muerte, la desaparición y la tortura en dictadura.

            Por de pronto, Iris parece ser una persona absolutamente deleznable e infame, pero algo hay que nos hace empatizar con ella y creer que no es una personaje/caricatura enteramente gris.

Iris es metáfora de pobreza, miedo, desilusión, acomodo, mentiras, traiciones y bajezas, pero también de disparate, insolencia, política incorrecta, aventura y todo ello despide brutal humanidad. En su grandiosa tontería, la vulgaridad y las exageraciones alternan con un humor corrosivo, fuegos de artificio lingüístico y una espantosa tristeza. Suena perogrullada: hay que aceptar que el agua y el aceite son cosas distintas y que pueden convivir en una misma persona. La evidencia es que Iris tiene más de una máscara, más de un nombre.

Al margen de apuntar al contexto de la dictadura militar reciente en Chile (un tema un tanto cansado), “La Amante…” puede recordarnos cualquiera de esos períodos candentes en cualquier latitud y en cualquier época, en los cuales sus ciudadanos se acomodan. Se acomodan porque hay que sobrevivir, cosa que vista desde la posteridad resulta siempre un espectáculo de mal gusto. La protagonista asume que eso es lo que corresponde hacer, que ese es su rol. Por eso la sonrisa embarazosa y la humillación.

Claro que cumplir ese rol tiene sus costos.

En aquella tarea de traicionarse día tras día, alguna tuerca se suelta esa noche que se desentierran los demonios del subconsciente de Iris, la enfrentan y le demuestran que se asemejan a ella. Duro es darse cuenta que la amante del dictador es al mismo tiempo una combatiente contra el régimen. Es parte de las culpas que ha tratado de escamotear y que la llevan implacablemente a la enajenación.

            Por de pronto, pareciera que a Iris le viene bien ese estado de demencia para sacarle el bulto al horror que está sintiendo. Sin embargo, los disparates que salen de su boca sólo son graciosos en el curso de su alocución. Sabemos que no le reportan beneficio y, por el contrario, le ocasionan toda clase de desgracias.

.Deshilachada; episódica más que encadenada, “La Amante…” induce al espectador, actuación de primer nivel mediante, al viaje desde el germen de una perturbación –con su ascenso-, hasta el definitivo extravío. Cada estación del recorrido se condimenta con filmaciones proyectadas que ilustran un clima desértico e grafican la condición de abandono de la protagonista.

En algunos pasajes, Alejandro Moreno y Víctor Carrasco (director) incluyen materiales que no ayudan a la coherencia y unidad en el fondo de lo disperso. Entre éstos contamos el prólogo inicial (que pudo ir al final o simplemente sobra), el rol del hijo homosexual de  Iris (Juan Pablo Rahal) y el final falso.

Con todo, se trata de una propuesta categórica, teatro de texto como piedra angular –escritura seleccionada en la Muestra de Dramaturgia Nacional- con un sujeto central denso, cuyo mensaje resuena hoy, permitiéndonos comprender y analizar con distancia a esos seres que en algún minuto clasificamos como enemigos de guerra. Nos permite entender que el teatro y desde luego su dramaturgia, como cualquier otro arte, no existe sólo para convencernos de su verdad, sino para revelar de qué están hechas las mentiras suyas y del resto. Eso es algo que le confiere mucho poder a “La Amante Fascista”.

Ficha:
Autor: Alejandro Moreno.
Dirección: Víctor Carrasco
Asistente de Dirección: Andrés Reyes
Elenco: Paulina Urrutia, Juan Pablo Rahal y Horacio Valdés
Dirección de Arte: Fernando Briones
Diseño Iluminación: Fernando Briones
Vestuario: Loreto Martínez
Imágenes Audiovisuales: Rodrigo Susarte
Realización Escenográfica: Ingrid Hernández
Música: Álvaro Solar
Producción: Pablo Llanos
Fotografías y video: Felipe Gordon.