Termina la proyección de Meek’s cutoff, la última película de la norteamericana Kelly Reichardt, y uno sale de la sala con una sensación que bien describió el año 90 Héctor Soto, cuando señalaba, en su crítica de Danza con lobos, que “el cine del Oeste, en un error histórico de proporciones, fue enterrado antes de tiempo”. Buena parte de esa impresión provocada por la cinta de Kevin Costner revivió dos años después con el estreno de Los imperdonables de Clint Eastwood y recientemente con Temple de acero de los hermanos Coen.
Meek's cutoff podría considerarse una rareza por el que coraje que se necesita en estos tiempos para rodar un western. Pero también porque, descontado que sus imágenes rescatan la majestuosidad del paisaje, el empuje individual o una cierta ambigüedad moral, está lejos de ser un acto de genuflexión al género. Más bien lo enriquece bajo una premisa propia. Tiende a celebrar la vacilación más que el arrojo, la piedad más que la crueldad, la rudeza femenina tanto o más que la viril.
En lo básico, la película cuenta la historia de un viaje y luego gira hacia una búsqueda de sobrevivencia. Estrenada el 2010 en el Festival de Venecia y hace una semana en Sanfic 7, tiene como punto de partida un caluroso día de 1845, cuando tres familias pioneras contratan al montañés Stephen Meek (Bruce Greenwood) para que los conduzca por el desierto de Oregon, junto a unas pocas cabezas de ganado, hacia los terrenos vírgenes que transformarán en su hogar.
Esta es la cinta de Reichardt con mayor presupuesto, pero su obsesión no es la megalomanía. Tal como en Old joy y Wendy & Lucy, sus temas refieren a la tensión del individuo con su entorno, al nexo entre bondad y fatalidad que genera cuestionamientos acerca del mundo y las personas que habitan en él. ¿Quiénes pueden estar detrás de desdichas tan concretas? ¿Quién es y quién fue el guía Stephen Meek? ¿Es un ignorante de la ruta que asegura conocer o algo peor? ¿Quién es y fue el indio cayuse (Rod Rondeaux) en el cual los colonizadores terminan confiando? ¿Por qué se comporta así? ¿Por qué sonríe cuando no debe?
Por cierto, Meek’s cutoff no responde esas interrogantes. Al contrario. Acentúa la perplejidad con la fijación visual, la duración del plano, el montaje tonal de escasas incidencias. Es un modelo de incertidumbre narrativa -tanto diegética como extradiegética-, donde los hechos compiten con las especulaciones, donde sus personajes transitan desde el candor hacia el recelo, mientras la realidad se vuelve aplastante en términos de frustraciones.
Por todo lo mucho que puede decirse del largometraje, valgan algunas conclusiones: Reichardt tributa al realismo con un tratamiento espléndido de los recursos expresivos. Conserva los mismos niveles de grandeza y modestia, de serenidad y nervio, de libertad y aplicación de sus anteriores trabajos. Sigue las coordenadas de ese mundo personal y reconocible que otra vez hace renovar la admiración por su cine.
MEEK’S CUTOFF
Dirección: Kelly Reichardt Con: Michelle Williams, Bruce Greenwood, Shirley Henderson, Will Patton, Neal Huff, Zoe Kazan, Paul Dano, Rod Rondeaux 104 min.
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