Natalie Portman ganó el Oscar a la Mejor Actriz por esta película, lo que posiblemente le dará un segundo aire en las pantallas del mundo. A pesar de que estaba archi anunciado, este Oscar es algo paradójico, porque El cisne negro no es ni por lejos la película más adecuada para apreciar las virtudes actorales de Portman, con su montaje "hip-hop", su visualidad fragmentada, sus cambios de perspectiva narrativa y sus confusos propósitos finales. Estas condiciones pueden permitir juzgar a un personaje, pero jamás a una actuación.
La historia es hasta cierto punto simple: la bailarina Nina Sayers (Portman) lucha por obtener el papel principal de la nueva temporada de "El lago de los cisnes", cuyo director, Thomas Leroy (Vincent Cassel) exige que sea capaz de interpretar tanto al frágil y delicado cisne blanco -la princesa Odette- como al torvo y erotizado cisne negro -la princesa Odile. Nina entra en un proceso obsesivo y paranoico para encontrar su propio lado oscuro y asegurar un protagonismo que cree amenazado.
Eso es todo. Simple y nada nuevo. La historia del cine está poblada de artistas autoflagelantes frente al proceso creativo. Lo que complica a El cisne negro es el estilo de Darren Aronofsky, cuya visualidad barroca, recargada, a menudo efectista, agrega direcciones y significados inesperados a sus películas. En uno de sus números recientes, la revista Cahiers du Cinéma se preguntaba si Aronofsky no representaría el cine que se va a imponer en el futuro. Es una pregunta un poco exagerada, porque ese tipo de cine - subjetivista, onírico, acelerado, con efectos digitales y vocación de montaña rusa- existe hace ya tiempo. Pero es posible que este cineasta lo haya llevado a una especie de paroxismo.
En general, Aronofsky se interesa por personajes autodestructivos, a los que toma en algún momento de crisis (también autoinducida), y trata de explorar en sus estados de conciencia, borrando la línea entre lo objetivo y lo subjetivo.
Pero su estilo visual pone el acento en algunos rasgos, de manera selectiva, oscureciendo otros, lo que cambia la manera de entender una historia sencilla. En El luchador, por ejemplo, el énfasis recae sobre el aspecto físico del personaje, con lo que la película se desliza hacia un comentario sobre la decrepitud más que sobre la autodestrucción. En El cisne negro, el énfasis se deposita en la obsesión sexual de Nina, que va desplazando la temática hacia un tipo de crisis que ya no es propiamente la del proceso creativo.
Entonces cabe la pregunta: ¿de qué trata finalmente esta película? ¿Del esfuerzo del artista por apropiarse del personaje, incluso a costa de sí mismo? ¿De una joven obsesiva que quiere liberarse de la vigilancia materna buscando su lado oscuro? ¿O de una muchacha asaltada por una atracción lésbica reprimida? Estrictamente hablando, el estilo inclina a la película hacia esta última significación. Pero la sospecha final es que más bien trata de las obsesiones de Aronofsky.
Y ahora, del Oscar para Portman.
BLACK SWAN
Dirección: Darren Aronofsky
Con: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey, Winona Ryder. 108 minutos.
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